CAPÍTULO SIETE
El Problema del Placer del Terapeuta en la Terapia de Regresión
Uno de los problemas difíciles en cualquier terapia que emplea el tacto y el abrazo, es el del placer del terapeuta. Este problema se agrava especialmente cuando pensamos en cualquier tipo de contacto sexual entre paciente y terapeuta. Y, de hecho es tan grave el problema, que hemos descartado totalmente cualquier tipo de contacto sexual.
Reconsideremos algunos de nuestras suposiciones más preciadas al respecto.
Toda psicoterapia causa placer a sus practicantes; el placer y la cura de estar en una íntima relación. Para el terapeuta, esta intimidad es segura, él no arriesga, el terapeuta es responsable. Él sabe más que el paciente, está por encima. Sin embargo, desde esta situación estratégica, los terapeutas pueden alimentarse emocionalmente en esta relación profesional. Podemos hacer esto porque los pacientes, a pesar del riesgo que pueden correr, hacen íntima la relación con sus terapeutas.
Todos nosotros, como terapeutas, podemos alimentarnos y lo hacemos con este tipo de intimidad que se establece con el paciente. Creo que logramos una cercanía como nunca la habíamos logrado siendo niños. Todos tenemos que tener cuidado de no permitir que esta retroalimentación se convierta en el elemento primario y de esta forma, dañar la calidad de la experiencia del paciente centrado. El placer en la psicoterapia tiene también su aspecto voyeurista. Por ejemplo, estudios actuales advierten que tanto los terapeutas como los pacientes tienen que estar alertas en no interesarse demasiado en detalles morbosos de la infancia y otras relaciones sexuales. Esto es muy difícil de evitar, ya que como he dicho anteriormente, las experiencias traumáticas deben revivirse con detalles extraordinarios para, de esta forma, lograr una cura. En todo momento, deben evitarse las tendencias voyeuristas cuando se esté reexperimentando situaciones vitales difíciles para facilitar la cura.
No se debe cometer errores al respecto; el terapeuta se complace en su labor terapéutica como un piloto piloteando o como un clavadista haciendo clavado, pero en la esfera de la psicoterapia, esta experiencia profesional más directa, más cercana a la intimidad en la que debimos haber sido originalmente educados y pocas veces lo hemos sido.
El hablar en alta voz de verdades personales profundas alimenta al oyente.
La psicoterapia regresiva en el Nivel Cuatro aumenta el grado de intimidad y la información brindada por el terapeuta; la intensidad se hace mayor donde hay contacto de piel a piel. Ahora, en una experiencia terapéutica donde priman procesos emotivos profundos, relacionados con el tacto y el abrazo, tanto el paciente como el terapeuta pueden retroalimentarse. Por supuesto, nosotros como terapeutas, no podemos dejarnos llevar y buscar activamente el mismo nivel de alimentación que el paciente. El terapeuta tiene todavía una tarea que cumplir. No obstante, es alimentado. De hecho, si no estoy profundamente presente y simplemente presto la presencia de mi cuerpo, los pacientes lo notarán y me dirán algo así como “no está usted aquí, hoy”. Por lo tanto, cuando abrazo a alguien, he descubierto que esta alimentación fluye en dos sentidos. En la terapia, la gran flecha en esta ecuación se dirige hacia el paciente.
En un tratamiento que realicé a largo plazo y a consecuencia del mismo, descubrí que había desaparecido una úlcera que padecía desde hacía ocho años. Por lo tanto, el terapeuta también se cura.
¿Acaso los padres no reciben a la vez que dan? Más de una mujer me ha hablado sobre el profundo placer sensual que le produce amamantar a un niño.
Poner el tacto y el abrazo al servicio del paciente, convertirlo en un verdadero paciente centrado, requiere un nivel de madurez por parte del terapeuta, que es difícil de lograr y representa el punto final de una larga y difícil jornada. Esta madurez no la hallamos en los libros, sino en la experiencia diaria. Y como esta experiencia es su propia maestra, la obtenemos de los errores cometidos. De la misma forma que un explorador puede ser atrapado y mantenido prisionero por una tribu primitiva, las dificultades de la terapia profunda atrapa y socava las bases del viaje terapéutico.
El tacto sexual, por supuesto, añade placer a una experiencia ya alimentada. ¿Existe acaso en la tierra algo que pueda mantener al terapeuta más interesado en curar que no sea su satisfacción personal? Creo que en el ser humano hay una fuerza igual a esta tarea; creo que en la terapia hay una motivación mucha más fuerte que la alimentación a través del tacto y el placer sexual. Creo que tener un “sentido” en la vida es más fuerte que obtener placer.
Desde tiempos inmemoriales, los hombres y mujeres han sacrificado el placer al “sentido”. Los hombres han lanzado granadas de mano por salvar a sus amigos. Mujeres pertenecientes a movimientos de resistencia se han arriesgado a ser torturadas y muertas en momentos de opresión y pudiéramos seguir poniendo ejemplos. Todos hemos soportado el stress para dar a nuestra vida un sentido. Es el margen decisivo y profundo de lo que no tiene sentido, lo que le permite al terapeuta de buena voluntad ser guiado por la necesidad del paciente.
Cuando el terapeuta se permite proseguir adelante con sus propios intereses durante la terapia, el sentido cesa.
¿Podemos ser un paciente centrado? Tiene que ser así. La alternativa es nada y desesperación que viene a controlar un paisaje oscuro del espíritu hasta que la depresión y/o la muerte sobreviene. Lo que carece de sentido y la muerte son socios muy cercanos.
Al final, cuando todo está dicho y hecho, el placer no se corresponde con un ser humano desarrollado.
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Yo había dicho que, debido a la primacía del sentido sobre el placer, cuando el paciente está claro de que una intervención mediante el tacto sexual proviene de la necesidad de un paciente que necesita salud y que ha sido conducida por la orientación de un paciente centrado (no motivado por la gratificación del terapeuta), esta intervención pudiera ocasionalmente ocasionar una cura genuina sin daño para la relación paciente-terapeuta.
Ahora creo que esta zona de experimentación es tan peligrosa y tan fácil de malinterpretar que nunca debería ser emprendida. Cinco años de conversación con clientes y colegas me hicieron cambiar de opinión.
En esas raras ocasiones en la terapia del Nivel Cuatro, cuando el paciente persigue una necesidad corporal para lograr una congruencia con un acontecimiento pasado (con el propósito de revivir ese acontecimiento,)el terapeuta debe rehusar del tacto sexual.
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Al abrazar a una mujer atractiva, cuando se está aprendiendo el uso de esta técnica, puede surgir lo que yo llamo un “halo sexual” en la experiencia terapéutica. Es imposible, bajo ninguna circunstancia, no estar conciente de lo hay debajo de la ropa de esa mujer. No es tan difícil invalidar las sensaciones de excitación sexual. Los hombres maduros tienen un control razonable en este sentido.
En el caso de que estuviera experimentando un deseo o halo sexual cuando esté abrazando muy de cerca a una mujer, y si me excito sexualmente, podría tranquilizarla diciéndole que se trata de una respuesta psicológica, que no debe preocuparse, que ello no debe abrumarla. En estos casos, cuando hay buena voluntad y confianza, la paciente no tiene dificultad en darse cuenta de que la respuesta sexual es un artefacto. Esto no tiene que convertirse en un desastre. Podemos reconocer lo que nos está sucediendo, pero no involucrarnos en el hecho en sí. De esta forma, cuando continuamos con nuestra tarea terapéutica, la excitación sexual simplemente desaparece ya que nuestro objetivo ni nuestra meta es esa.
Si no estamos preparados para correr estos riesgos ocasionales al brindar este apoyo físico, perderemos nuestro sentido de estar terapéuticamente vivos. Algunos pacientes que pudieran recibir ayuda, se quedan para siempre encallados en una infancia devastada de la que no pueden salir y tienen que rehacer sus defensas, pero al final, se convierten en seres rígidos, frágiles y ansiosos. La Paradoja Central de la Terapia se puede evitar, pero el precio es siempre alto.
Una últimas consideraciones sobre Alimentación.
En circunstancias normales, abrazar a alguien, mientras que esto constituya una experiencia suficientemente placentera, no alimentará y provocará cambios en el niño (que llevamos dentro. Pero en medio de la regresión, abrazar sí alimenta a ese niño porque el Sistema Nervioso Central está abierto. A esta técnica la llamé ALIMENTACIÓN TERAPEUTICA.
Ahora, los pacientes vienen a mi consulta porque saben que hago terapia regresiva que les proporciona una alimentación de apoyo. Con muchas personas, los últimos quince minutos de cada sesión los dedico a abrazar. Se trata básicamente de abrazos corporales cálidos, muy elocuentes que se dan estando el paciente y el terapeuta acostados uno al lado del otro. Estos abrazos alimenticios pueden tener lugar en la terapia regresiva del Nivel Cuatro sin ser necesariamente parte de una fuerte re-experimentación regresiva.
Una de mis pacientes, la hija de un alcohólico y miembro de una familia muy disfuncional, ha insistido a que le dé veinte minutos de abrazos al final de la sesión. Ella dice que ésta es una forma de invertir su alcoholismo, su bulimia, sus vómitos compulsivos y su obsesión de suicidarse. Ella ha dejado de escribir notas suicidas con su propia sangre. El abrazo que necesita sustituye la alimentación que no tuvo.
Las pacientes no dejan de repetirme lo positivo del efecto de esta alimentación profunda. Esta técnica será siempre parte de la psicoterapia regresiva.
En esta etapa de mi vida, no tengo paciencia con los interminables debates sobre si el terapeuta deba estrechar la mano del paciente. Este tipo de psicoterapia que yo, y unos cuantos más, practicamos, está tan más allá de la ambivalencia dominante del abrazo que la literatura convierte en un medio inútil para nosotros
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