CAPÍTULO  TRECE

¿Qué  hace  el cerebro  cuando   sufre?

Para entender lo que debemos hacer cuando estamos trabajando con los  niveles  más  profundos de  la mente,  debemos  comprender  primeramente de  forma simple lo que  hace la mente cuando sufre. No necesitamos información psicológica compleja. Lo que necesitamos  es saber  bien lo que está  pasando.

La expresión y cura del dolor  psicológico depende de las siguientes verdades de  la función  del cerebro:

1.     El  cerebro  odia sufrir

2.     El  cerebro odia saber con precisión  cómo  surgió  su sufrimiento

3.     Cuando enfrenta el sufrimiento o el conocimiento de cómo surgió el  dolor,  el cerebro  tratará de  enterrarlo  alejando de la conciencia  al sufrimiento y conocimiento conectados a ese  dolor. Al sentirse incómodo y sin esperar  a saber por qué, el  cerebro lucha por  resolver el problema de forma  disfrazada  e infructuosa en  una  vida posterior.  También  reordena  el pasado y presente cambiando  los significados  de cualquier cosa  dentro o  fuera del mismo con el fin de  mantenerse seguro y tratar de resolver  sin problemas.

4.     El cerebro es anestésico. No siente directamente. En un  acto quirúrgico, una vez  al descubierto, este  órgano  se  puede  cortar  o  quemar  y  no siente nada. Por lo tanto, cuando está en dificultades, lucha por alertarnos, pero sólo  puede  hacerlo  indirectamente.

Dadas las  restricciones en sus funciones mencionadas, el  cerebro  llega a las siguientes soluciones:

Como un proyector de  película, la mente  capta lo que está pasando  dentro  de sí y lo proyecta  hacia  afuera para que tengamos conciencia o conocimiento de que algo  anda mal. Al vivir en una  bóveda de absoluto silencio,  la mente se ve obligado a buscar una  forma de  darnos una señal. Tales  señales inciden en  nuestros  sentidos,  pues de otra forma no  tendríamos conocimiento de las mismas.

Por ejemplo, el naufrago debe lanzar al mar una botella con un mensaje  dentro, pero sólo conoceremos que está en peligro cuando encontremos la botella en la playa.  Un hombre perdido en una  carretera de  noche deberá encontrar un  teléfono antes sepamos la dificultad  en que se encuentra. En  cada ejemplo, no sabemos de la  ayuda  necesitada hasta que el llamado de  socorro no estalle  en  nuestros sentidos.

El cerebro funciona de esta forma. Nos envía  mensajes  a través  de  nuestros sentidos y  sensaciones que llegan a nuestro conocimiento.  Por ejemplo, el corazón con latidos puede advertirnos de que estamos  padeciendo de ansiedad o  podemos recibir  la misma advertencia  mediante “frío en el estomago” Esto  quiere decir que  la botella ha llegado a la playa  de  nuestro conocimiento o que el teléfono ha  sonado.

Para complicar  más las cosas,  las sensaciones  nuestras provenientes de lo  más profundo de  nuestro cuerpo no son específicas. Si algo nos hinca el  dedo, podemos localizar el  lugar de la  hincada e  incluso saber  qué fue lo que lo causó.  Esto sucede porque  nuestras sensaciones externas por lo general tienen alto grado para discriminar. Ellas saben por lo general lo que está  ocurriendo.

Sin embargo, las sensaciones  en lo  más  profundo  del cuerpo no  tienen gran  nivel de discernimiento. Los mensajes de adentro son a menudo   extremadamente difusos. Por ejemplo,  la mayoría de  nosotros  ha  padecido de dolor de estómago,  sin embargo  no hemos  podido  ubicarlo con exactitud.

Un cerebro que no quiere saber  exactamente  lo que le “duele” y que  no es capaz de  sentir  directamente lo que  ocurre dentro de él, deberá lanzar  el dolor  hacia fuera  y difundirlo en nuestra conciencia  a través de   mensajes no específicos y  muy difuso.

Nuestro viaje en este manual será idear  técnicas  que hagan más transparentes a estos  difusos  mensajes. Ahora podemos ver  por qué siempre  empezamos con  fenómenos  sensoriales. Nuestro  viaje hacia adentro siempre empezará con lo que sentimos dentro de nuestros  cuerpos.

 

   
 
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