CAPÍTULO UNO
Un poco de Antecedentes
En 1969 terminé doce años de estudios de formación post-secundaria en la Universidad de Toronto: tres años de estudios en Artes; cuatro de Medicina; un año de internado; y cuatro años a tiempo completo de psiquiatría en cinco centros de docentes de psiquiatrías de Toronto, el Toronto Psychiatric Hospital, el Wellesley Hospital, el New Mount Sanai Hospital, el Clarke Institute of Psychiatry y los servicios de salud de la Universidad de Toronto en su división de Psiquiatría.
En la defensa de mi tesis al final de mis estudios donde se me preguntaba constantemente sobre teoría básica, el profesor de psiquiatrías de la Universidad de Toronto me decía: “Por Dios, deja ya de inventar lo inventado”
Mi respuesta en aquel entonces fue la misma que daría hoy: -“No puedo”
Aunque me gustaba la psiquiatría y todavía me gusta, me sentí profundamente decepcionado en su aparente carencia de eficacia.
***
Mi recelo por la psiquiatría me llegó por diferentes vías:
1.- Requería mucho tiempo;
2.- No se operaban cambios en los pacientes de forma profunda o significativa, tal cono uno lo esperaba; y
3.- Muchos de los psiquiatras que conocía parecían tener recelo, una falta de espontaneidad, lo que me provocaba desconfianza. Empecé a sentir que la cura requería algún tipo de adiestramiento que los hombres y mujeres en mi profesión hubiesen encontrado teóricamente insoportable y, en mi caso, hubiera sido caracterológicamente difícil de dar.
Empecé a sospechar que la psiquiatría vivía en un torre teórica extraordinariamente compleja que actuaba, ante todo, para preservar la seguridad de las personas que la practicaban. Empecé a sentir, de hecho, que la psiquiatría es el arte más sofisticado de la auto-defensa que el mundo ha conocido.
El paciente es siempre el objeto y el psiquiatra está siempre fuera, detrás de una enorme cantidad de teoría.
Recuerdo que, una vez en un baile de la asociación de psiquiatría, al observar la rigidez de los cuerpos de mis colegas al bailar, llegué a la conclusión de que algo en nuestro enfoque al curar, era erróneo. Había descubierto esta rigidez de movimiento en mí y supe que ello provenía de las defensas de la armadura neurótica y corporal.
Entonces, empecé a aprender de lo que había visto e intuido, más que de la teoría que me había enseñado, la cual parecía no contar para nada y rara vez relacionada con el flujo conversacional y dolor emocional de mis pacientes.
Yo, en aquel tiempo, después de doce años de estudios post-secundarios y dos diferentes experiencias en psicoterapia, no me sentí curado de mi propio dolor de la forma en que esperaba, puede que ayudado sí, pero no verdaderamente curado. Finalmente, como culminación de todas estas cosas, levanté la vista del suelo que pisaba y pisé de soslayo el mundo denominado "psicología humanística", donde las cosas son más fáciles y experimentales.
Luego de las contribuciones épicas de Freud a nuestro conocimiento del inconsciente, muchos trabajadores, en la primera mitad de este siglo, tomaron medidas para la profesión:
Carl Roger había demostrado que claros planteamientos reflexivos permiten que la mente se cure a través de su propio sendero, en vez de mediante otros dictados por teoría psicológica. La noción de curar por vía de un desdoblamiento de una mente liberada de conflictos empezó a sustituir la noción de curar como intuición en una teoría psiquiátrica sofisticada.
Fritz Perls, el famoso innovador de la terapia Gestalt se unió a la idea del desdoblamiento demostrando que la mente siempre lucha por completar lo no resuelto en ella. En resumen que formó un Gestalt. Él nos dio nuevas herramientas para recuperar el material existente en el inconsciente y reintegrarlo al más amplio cuerpo de los fenómenos mentales. La experiencia actual de los procesos anteriormente rechazados y dolores emocionales enterrados recibió incluso más primacía de la que tenía antes.
Apareció la PARADOJA CENTRAL de toda la terapia experimental, que plantea que cuando nos movemos hacia el centro de sentimiento absoluto de lo más doloroso y peor que nos haya ocurrido, las barreras de la mente se derrumban, se experimenta dolor y ocurre una consumación emocional. Perls no resolvió todos los problemas, pero nos condujo a dar un salto enorme en la dirección correcta.
Jacob Moreno, con su psicodrama, añadió y creó la noción de expresar patología interpretando partes de nosotros mismos y de los demás en el pasado.
Alexander Lowen y Ida Rolf al crear conceptos de la armadura corporal de Reichs empezaron a tener acceso a un pasado material traumático a través del dolor corporal y la disfunción. Entonces nació la noción de tacto como herramienta terapéutica.
Roberto aportó nociones de espiritualidad a la cura de salud mental.
Eric Berne analizó la comunicación y descubrió que ésta, en casi toda instancia, es una manipulación para el beneficio personal.
Perls había planteado que la personalidad humana, con su conversación interminable, era la suma total de todos los dispositivos nunca adquiridos para manipular a nuestro semejante. Esto será importante cuando me refiera a la terapia que fractura y priva a una persona de defensas conversacionales normales.
Entonces entra en el escenario la figura más significativa, que en mi opinión es Freud. Arthur Janov, que trabaja en Los Ángeles, amplió una muy vieja noción psiquiátrica y la trajo a mitad del siglo XX con toda su fuerza. Descubrió que si uno acuesta a una persona en un cuarto oscuro a prueba de ruido, no le deja hablar y le pide que se quede con sus sentimientos, las defensas se desmoronan y una anterior memoria traumática y dolor corren por la superficie donde se expresan, a veces, de forma convulsa. Las personas descubren, para su asombro, de que salen de estas experiencias sintiéndose más livianos y calmados como nunca antes se han sentido. En resumen, todo dolor de la infancia es trauma para el sistema nervioso central y puede tratarse como si fuera una neurosis traumática de guerra, pero sin la necesidad de sodio pentotal como facilitador regresivo. Janov descubrió que el camino real para profundizar en el conflicto del inconsciente no era sólo el sueño, tal como planteaba Freud, sino el acto de quedarse con un sentimiento y no distraerse con la conversación.
Más tarde les presentaré por primera vez, que yo sepa, otro camino real hacia el inconsciente. Existe un principio nuevo e incluso más poderoso que permite a los terapeutas penetrar las defensas y ayudar a sus pacientes a re-experimentar dolor inconsciente de la infancia. Al entender la intensidad de los sentimiento con los que trabajo en mi consulta y la necesidades que surgen luego en mi trabajo para el manejo de esos sentimientos, creo que el lector se dará cuenta de que lo que trajo estos dos reclamantes aquí hoy, no es una falta de ética, sino un error perteneciente a este tipo de terapia que ahora entiendo y he corregido.
La técnica de Janov trajo consigo serias dificultades que llevará al lector a entender por qué debemos involucrarnos en prácticas que parecerán inusuales,
tales como la de cargar al paciente cuando se alcanzan ciertos niveles de regresión.
El problema que Janov nos ha presentado era doble:
1.- Cuando las defensas empiezan a desmoronarse, el ego, que incluye nuestra habilidad integrada para funcionar, también empieza a desmoronarse y tenemos un derrumbamiento potencial de desintegración en nuestros pacientes. Las personas sometidas a terapia profunda pueden quedar discapacitadas por meses o años, quedar envueltas en un círculo profundo de dolor y disfunción. Por consiguiente, ha sido necesario hallar un método no sólo para controlar la desintegración, sino también preservar y educar al niño al que estas poderosas técnicas regresivas dejan al descubierto.
2.- El terapeuta debe ayudar a los pacientes a moverse a través de una ventana de entrada dentro de un yo más profundo, como lo hacen los astronautas cuando están de regreso a la tierra. El nivel de intensidad terapéutica no debe tan profundo que detenga el funcionamiento del cerebro, ni tan superficial que no logre una real penetración dentro del yo profundo. Hay varias formas de ayudar a controlar la tasa, la intensidad y la profundidad de la regresión.
|